De mujer tiznada a guardiana de secretos

    -Mi esposo me impulsó a aprender el oficio -Practicaba con un tenedor y una cuchara

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Doña Zaida Pasos, en su casa de habitación

Zaida Pasos cuenta ya con 80 primaveras y aunque la estela del tiempo ya tiñó su cabello con rayos de plata, aún conserva el color canela de su piel y el destello vivaz de su mirada.
Nació en Guanacaste, pero su hogar está en Orotina y es representante fiel de una generación casi extinta: los telegrafistas.
Luego de localizarla, accedió amablemente a recibirme para compartir su mayor tesoro: los recuerdos de su amado e inolvidable telégrafo.
Es una noche de verano, la luna apenas asoma su rostro y el reloj marca las siete y media en punto. La casa de doña Zaida es acogedora y se ubica en Orotina centro, a trescientos metros del parque frente a la línea del tren.
Al llegar, una voz dulce me dice: “Pase, siéntese, ya la acompaño es que quería enseñarle unas cositas.” Cinco minutos después sale de su habitación, lista para iniciar la entrevista y enseñarme algunos de sus tesoros.
Doña Zaida, ¿Quiénes podían ser telegrafistas?
Todo el que quisiera podía aprender a operar el telégrafo, pero si eran familia no podían trabajar en la misma oficina. Además era necesario tener: buen oído, manos ágiles y muy buena memoria.
¿Cuáles eran las partes del telégrafo?
El aparato telegráfico se componía de cuatro partes: bornes, manípula, fonético y bobina. La manípula era la parte del telégrafo que uno presionaba para transmitir, tenía una llave y cuando uno la cerraba dejaba de transmitir.
¿Cuál fue su primera experiencia con el telégrafo?
Mi tío era telegrafista, de pequeña le iba a dejar el café y lo encontraba transmitiendo y le decía: tío, ¿usted habla con los dedos? Y me decía que sí, que así mandaba los mensajes. Creo que desde ahí me llamó la atención.
¿Quién le enseñó el oficio, su tío?
No, mi marido fue quien me impulsó y me enseñó el oficio. Siempre me decía: Zaida Canales, Telegrafista! Yo me ponía bravísima. Empecé a aprender telégrafo cuando vivíamos en Guanacaste y me puse las pilas a terminar de aprender al llegar a Orotina.
¿Por qué se enojaba usted con su esposo?
Porque yo era una mujer de oficios domésticos, cuidaba a mis hijos, mi hogar, pero no me veía haciendo nada más. Un día me dice mi esposo:
- Mami, ¿a vos te parece que vos podés ser telegrafista?
- Yooo! (pero así, enojada) yo, telegrafista?
- Sí, mami.
-No, yo nací para ser una mujer tiznada (porque en ese tiempo yo cocinaba con leña y todo).
-No mami, vos vas a ser telegrafista.
-Ay pá! No te burlés de mí.
-Sí mami, vas a ser telegrafista vos, bueno… mañana te copio el alfabeto.
Así comencé a aprender el sistema telegráfico, sin entender que él veía en mí un potencial que yo ni soñaba tener.


¿Cuál era el proceso que se seguía para llegar a ser telegrafista?


Primero había que aprenderse el alfabeto telegráfico, todas las letras desde la A hasta la Z, en puntos y rayas, después los números. Por ejemplo: la a es un punto y una raya, la b es raya tres puntos, la c es raya punto raya punto y después de aprenderse todo eso, vienen los sonidos.


Los aprendía y después se presentaba examen en el Servicio Civil, la nota mínima para pasarlo era 70, pero si sacabas eso era difícil que te nombraran.


¿Cuál era el sonido del punto y cuál el de la raya?


Cada punto es tá y la raya es tika, pero al transmitir uno no dice tatika sino tarika, que es la a y tikararará es la b porque es raya tres puntos.
¿Qué hacía para practicar?


Para practicar uno ponía: la letra del alfabeto, los puntos y rayas que le tocaban y escribía cómo sonaba a la par. Ejemplo: a ._ tarika. Pero para practicar los sonidos usaba un tenedor y una cuchara. Los ponía boca abajo en la mesa del comedor en forma de cruz y empezaba a transmitir. Después pude hacerlo en un aparato telegráfico que solo tenía la manípula (lo compró mi esposo en San José). Entonces le puso un fonético y una pila seca para que tuviera el sonido y así podía practicar.


¿Cuánto tiempo tardó para aprender a operar el telégrafo?


Tardé poco en aprender, porque como que yo no era muy cerrada y cuando eran 3 meses ya sabía los puntos, las rayas y los sonidos sin transmitir. Practiqué menos de 1 año y ya me sabía el sonido. Mi esposo me transmitía para practicar y yo recibía el mensaje y lo escribía en un cuaderno.


¿Y después de eso?


Luego fui a presentar examen del Servicio Civil. La primera vez no lo aprobé, pero la segunda lo gané con un 81, me dieron mi título y entonces ligerito me nombraron, eso fue en 1961.


¿Dónde empezó su carrera como telegrafista?


Aunque me nombraron en Nicoya como vacacionista (para cubrir las vacaciones del auxiliar), empecé en Orotina. Mi esposo fue a San José a hablar con Cubillo, el director nacional de telégrafos de aquélla época y nos ayudó para que me trasladaran a Orotina. Así empecé como auxiliar, pero en menos de un año era jefa de la oficina.


¿Cómo sucedió eso?


Me nombraron como telegrafista 1 en Orotina a partir del 16 de julio de 1961. Entré en ese mes y Luis Alfredo Espinoza, que era el jefe, no se quiso quedar en Orotina porque le ofrecieron un puesto en Puntarenas como telegrafista y se fue.


Lo curioso fue que antes de irse me dijo: “Mirá, si yo me voy de telegrafista a Puntarenas usted es la que va a salir favorecida, porque si me trasladan a vos te ascienden de jefe."


Así que no duré ni un año como auxiliar, porque ahí no más él se fue y me ascendieron como jefe en 1962. Además tenía el recargo de la administración de la oficina de correos.


¿Qué tipo de telégrafo se usaba en Orotina?


El telégrafo que se usaba en Orotina al principio era uno en el que se llenaban pilas con agua, sulfato, algo que parecía un pato de cemento que se llamaba sine y se le ponían latillas. Mi esposo, que era telegrafista, lo usó, también yo pero por un tiempo más corto porque después llegó el de corriente.


Entonces, ¿usaban el código Morse para transmitir?


Sí, pero solo trabajábamos con el alfabeto Morse Internacional porque tenía símbolos para palabras tildadas (lo conocíamos como el costarricense nacional).


¿Cuáles eran los tipos de telegramas que tenían?


Teníamos 4 tipos de telegramas: normales, de preferencia que tenía prioridad y pagaban el doble, los de respuesta pagada que también costaban doble porque mandaban el telegrama y quien lo recibía lo podía responder de una vez sin costo y los oficiales que no pagaban porque eran del gobierno.


¿Cómo era un día normal en la oficina de telégrafos?


Éramos solo 2 telegrafistas: el auxiliar y yo. Los auxiliares que tuve siempre fueron hombres, además teníamos 2 mensajeros y un cartero.


En la oficina de Orotina había 3 turnos: 7-11am, 11 a 3pm y 3 a 7pm. Éstos se intercalaban, si me tocaba ese día en la mañana, me tocaba también el último turno pero al día siguiente no me tocaba en la mañana.


Uno tenía que guardar copia de todos los telegramas y hacer estadísticas que se mandaban a San José a las oficinas centrales. En un día normal se mandaban y recibían máximo 35 telegramas y mínimo 10.


Pero durante las elecciones, nos tocaba transmitir todos los resultados que ahora dan por la tele. Teníamos que estar ahí, diciendo el partido tal tuvo tantos votos en la mesa tal hasta que terminaran de dar todo sin importar qué hora era.


Además de usted, ¿hubo más mujeres telegrafistas en Orotina?


En Orotina hubo solo 3 mujeres telegrafistas: Edith Fernández, que ya murió y estuvo antes que yo; una de Bagaces que se llamaba Zulma Guevara, y yo. En aquella época era común que hubiera mujeres telegrafistas.


Para usted, ¿qué era lo más importante para ser un buen telegrafista?


Había que ser muy discreto porque uno se daba cuenta de la vida y milagros de todo el mundo, en el Servicio Civil te decían todas las reglas de lo que era ser telegrafista, recibir y transmitir los mensajes sin decir ni una palabra a nadie. Ay del que lo hiciera!, porque venía la suspensión. El telégrafo era una cosa santa.


¿Tuvo algún problema de salud como consecuencia de su oficio?


Sí, tenía como 15 años de ser telegrafista cuando la mano me empezó a fallar, se me trababan los dedos y no me salían bien las letras. Mi esposo fue a San José y me consiguió una “vibro” para transmitir. Era un aparatito que se conectaba a la manípula, con eso transmitías ya no con los dedos índice y el del centro, sino usando una palanquita que tenía por eso era más rápido, por lo que ya no se me entiesaron más los dedos.


¿Por qué le dicen Zeta Pe?


Muchos aquí me dicen Zeta Pe, porque yo firmaba así los telegramas, es que los telegrafistas firmábamos los telegramas con nuestras iniciales.
¿Un secreto de los que guardó por tantos años?
Mmmhhh, una vez recibí un telegrama de una orden de captura, el problema fue que era contra alguien a quien conocía y a cuya familia quería mucho. Tuve una lucha interna, que aunque duró pocos segundos, se me hizo eterna, pero sabía muy bien, que aunque se me despedazara el alma, debía cumplir con mi sagrado deber como telegrafista e informar a la policía. Así que, con todo el dolor de mi alma, lo hice.


¿Qué significó el telégrafo para usted?


El telégrafo para mí significó todo: mi vida, mi machete, nunca lo olvidaré! Gracias a él hoy no dependo de nadie, soy viuda pero tengo mi casa y mi pensión.


Nunca imaginé que iba a valerme por mí misma. Puedo olvidar las puntuaciones, pero la transmisión jamás! Dondequiera que vaya, si oigo el sonido del telégrafo, sé lo que dice.


¿La anécdota y el mensaje que más le hayan impactado?


Sí, para que vea cómo todo puede pasar:


La anécdota que más recuerdo por ser muy graciosa es: “Llega un hombre a poner un telegrama pidiendo unos sacos: favor mandarme 10 sacos en el tren de tal lado, a tal hora. Pasa mucho rato y lo ven sentado afuera como esperando algo, viendo las líneas telegráficas. Bueno, sale una compañera de la oficina y le pregunta: Señor, ¿qué es lo que usted está esperando ahí? Y el hombre le dice: Diay hasta qué hora me van a llegar a mí esos sacos, no ve que el papel todavía no pasó por esa línea!”
El mensaje más impactante fue cuando me avisaron que a mi madre la habían llevado muy mal al Hospital de Liberia, porque... a mí me tocó recibir ese telegrama. Aquello fue algo fatal, me fui para la Municipalidad, arriba y pedí que si me podían llamar al hospital. Cuando llamé, me dijeron que se me había muerto.


El inolvidable tika rá del telégrafo, acompañó a Doña Zaida por 26 años y 15 días, tiempo durante el cual laboró como telegrafista 1 en Correos y Telégrafos. Durante varias generaciones estos fieles guardianes de secretos, desempeñaron su labor, hasta que los telégrafos fueron sustituidos por los télex y con ello murió también el oficio del telegrafista.


 

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